Anillo roto – Capítulo 7

Capítulo 7

Cuando llegaron a un pasillo alejado de su estudio, Inés dijo—: Ya puedes soltarme.

—Pero dijiste que estabas mareada hace un momento.

Inés se soltó de la mano de Kassel.

—Ya sabes que nada de eso era cierto.

Kassel lanzó una mirada hacia atrás por si Óscar les perseguía antes de preguntar nerviosamente—: ¿Y si te escucha el príncipe heredero?

Fue buena idea que no terminara la frase con un "andando perfectamente bien por ti misma" porque Inés ya le estaba mirando con ojos llenos de fastidio.

—¿A quién le importa?

Era una afirmación justa teniendo en cuenta que Inés había fingido descaradamente un mareo repentino y había pedido ayuda a Kassel sin una sola muestra de sufrimiento o dolor real en su rostro. Caminar sola por donde el príncipe heredero no podía verla era el menor de sus problemas.

Aun así, Kassel no pudo evitar preguntar.

—¿Acaso el concepto de mañana no existe en tu mente?

De haber conocido la palabra "estabilidad", también le habría preguntado si le preocupaba la estabilidad de su familia.

Sin embargo, Inés respondió con indiferencia.

—Hablar con la Casa Valeztena de un asunto tan insignificante como éste sólo sería una vergüenza para la familia imperial.

'Supongo que sería una vergüenza', pensó Kassel al recordar la expresión de rechazo de Óscar en su rostro. Como una de las familias más poderosas dentro de los Grandes de Ortega, la Casa Valeztena no era una a la que la familia imperial pudiera condenar por una pequeña disputa entre dos niños.

—Es bastante vergonzoso, la verdad. Además, fue tu primo quien siguió atormentándome, y no al revés. Si a alguien se le ocurre hablar de esto con mi madre o mi padre, voy a anotar todas y cada una de las palabras que soltó el príncipe heredero...

Una sombra se cernió de repente sobre el rostro decidido de Inés mientras hablaba; era evidente que había recordado vívidamente la grandiosa propuesta del príncipe heredero.

Esto también hizo que Kassel arrugara la cara con leve disgusto. Alas, ¿ha dicho...?

Inés se tomó un momento para serenarse y continuó—: Y enviaré una carta anónima al Mendoza Times. El príncipe heredero no podrá echarme nada en cara.

—¿Una carta anónima? —preguntó Kassel mientras entrecerraba los ojos ante una palabra que no había oído nunca.

—Uf, no importa. Para qué me molesto en hablarte de esto.

Al ver que Inés estaba dispuesta a verbalizar lo que normalmente desechaba con una expresión arrogante en el rostro, hoy estaba siendo excepcionalmente amable con Kassel.

Él decidió encontrar placer en buscar la nueva palabra en casa más tarde y siguió a Inés a su habitación sin ofenderse; había perdido el momento adecuado para preguntar si podía irse ahora.

—De todas formas, sólo tienes que recordar una cosa cuando hables con el príncipe heredero. —dijo Inés mientras se quitaba el anillo del dedo—. Conocer un momento embarazoso suyo puede llegar a ser extremadamente conveniente a la hora de tratar con él. Si el príncipe heredero vuelve a meterse contigo, recuérdale lo que ha vivido hoy.

Ahora había perdido por completo el interés por Kassel y caminaba afanosamente de un lado a otro entre su escritorio y la mesa de su consola.

Kassel se quedó callado mientras observaba torpemente la habitación de su prometida. Por alguna razón sentía una ligera vergüenza de estar aquí, aunque era un tipo de vergüenza diferente a la que Inés le había comentado.

—Agua, por favor, Bella.

Una criada apareció de la nada cuando Inés la llamó y trajo una gran palangana llena de agua; evidentemente, el agua era para lavarse las manos.

Inés empezó a lavarse las manos con fervor, tal vez incluso con agresividad. Ahora que Kassel lo pensaba, era la primera vez que veía a Inés lavarse las manos. Al notar que Inés no le miraba, Kassel aprovechó el momento para estudiar su aspecto.

No es tan guapa... A lo mejor parecía un poco linda en eso de dedicarse apasionadamente a lavarse las manos con sus cejitas arrugadas sobre la nariz. Pero pensándolo bien, Kassel no estaba seguro de lo que podía significar linda para Inés porque nunca se comportaba como una niña adorable, ni siquiera delante de sus padres. Bueno, los niños pequeños son pequeños y las cosas pequeñas suelen ser lindas, así que supongo que podría ser un poco adorable aunque sea rara y extraña. Al final, Kassel decidió aceptar el encanto ridículamente suave de Inés.

Inés no era fea ni nada por el estilo, pero definitivamente no era lo suficientemente guapa como para tener a alguien como él como marido. Mirándose a un espejo que casualmente estaba en la pared de al lado, Kassel pensó para sí: 'Soy demasiado bueno para ella.'

—¿Escalante?

Quizá el incidente con el príncipe heredero lo había afectado. Movió la cabeza hacia Inés como un cachorro que reacciona a la llamada de su amo antes de darse cuenta de lo poco educado que podía parecer y giró con elegancia todo su cuerpo hacia ella. Sentía la necesidad de mantener la compostura, ya que estaba pensando en su matrimonio, por mucho que fuera más guapo que Inés.

—Ven aquí.

—Sé que estamos prometidos, pero aún así no debería pasearme libremente por la alcoba de una dama sin estar casado-

—Sólo tienes seis años, Escalante. —dijo Inés con un suspiro, como si ella misma no tuviera seis años—. Nadie dirá nada aunque duermas en mi cama.

—Entonces, ¿puedo?

—¿Te has vuelto loco?

—Yo tampoco quería.

Kassel se retractó rápidamente de lo que había dicho y se acercó a Inés, casi encantado con el movimiento de su mano.

En ese momento, la criada trajo una jofaina nueva.

Inés señaló la palangana con la barbilla.

—Lávate las manos.

—¿Por qué? —preguntó Kassel.

—Cualquiera que entre en mi habitación debe estar limpio.

—Pero... estoy a punto de irme.

A diferencia de las palabras que salieron de su boca, sus manos ya estaban en la palangana. Por alguna extraña razón, no pudo evitar hacer todo lo que ella le decía.

Ante esto, Inés replicó sin emoción—: Tu primo sigue en la mansión Valeztena, así que tienes que quedarte conmigo.

Inés, que no consideraba a su prometido más que un escudo y degradaba al príncipe heredero a un simple "tu primo", tomó suavemente un paño seco de su criada. Luego, negó rotundamente con la cabeza y volvió a señalar hacia la palangana con la barbilla cuando notó que Kassel intentaba secarse las manos tras un lavado bastante descuidado.

—Lávatelas bien.

—¿Qué eres, la duquesa?

—Hazlo y punto. Me gustan las cosas limpias.

Quería afirmar que sus preferencias no le importaban, pero por alguna razón, tampoco quería pasar por el calvario de tener que discutir con ella.

Tan confundido como estaba, Kassel se lavó ardientemente las manos hasta limpiar cada centímetro de su mano antes de extenderlas hacia ella.

—Dame.

Quería decir que quería el paño, pero lo que aterrizó sobre sus palmas fueron las manos de Inés.

Sin embargo, lo que ocurrió a continuación sorprendió aún más a Kassel. Inés lo ayudó a secarse las manos, aunque parecía que lo hacía porque no confiaba en que Kassel fuera capaz de hacerlo bien por sí mismo.

Kassel sentía que las orejas le ardían como el fuego. Su madre, enfermeras y criadas le habían secado las manos infinidad de veces, pero nunca se había sentido tan avergonzado como ahora.

Preocupado por si sus ojos y los de Inés se cruzaban, Kassel bajó rápidamente la cabeza.

Sus manos eran pequeñas, pero las de ella lo eran más. Aunque era bastante buena secando cada hueco y rincón entre sus dedos, sus manos seguían siendo las de una niña pequeña.

Había bajado la cabeza para evitar mirar a Inés a los ojos, pero mirar sus pequeñas manos blancas le hizo sentir que no debía mirar nada en absoluto.

Era la primera vez que miraba tan de cerca la mano de Inés, por no hablar de la mano de cualquier chica. Todo le parecía confuso porque estaban ocurriendo demasiadas cosas por primera vez, todas a la vez.

Kassel agachó la cabeza hasta que Inés terminó su tarea y se alejó claramente de él, antes de que tuviera el valor de volver a levantar la vista.

—¿Qué te pasa, Escalante?

Ni siquiera es tan guapa.

—Antes no me has llamado por mi apellido.

Kassel se sorprendió de lo triste que sonaba su voz, por involuntaria que fuera.

Tras tomar asiento en el sofá situado justo debajo de la ventana, Inés esbozó una inesperada sonrisa.

—¿Quieres que te llame por tu nombre? Creía que no te gustaba.

—Eso no es verdad.

Dos veces. Kassel negó dos veces los comentarios de Inés, una por negar que quisiera que lo tuteara y la otra por desmentir que no le gustara.

Sin embargo, a Inés no pareció importarle en absoluto y se limitó a encogerse de hombros mientras decía—: Dijiste que no querías casarte con Inés Valeztena de Pérez y lloraste.

—¡Yo nunca he llorado!

Pero lo hizo. Lloró el día que Inés le señaló con el dedo por primera vez.

—Volviste a llorar cuando te enteraste de que teníamos que vivir juntos para siempre. Luego, una vez más cuando te dijeron que tenemos que hacer bebés...

—Ya basta.

Las orejas de Kassel estaban ahora más rojas que manzanas maduras.

¿Por qué soy yo el que se siente avergonzado? Hoy no había sido un buen día. Todo el mundo con el que se cruzaba se había burlado de él. Probablemente por eso tenía esos sentimientos tan extraños.

—Bien. Te llamaré por tu nombre de pila, Kassel.

Oír esto hizo que las mejillas de Kassel se convirtieran también en manzanas. Se sintió patético, como si se hubiera convertido en un joven monje que nunca había hablado con una chica. Algo debe de haberme pasado.

Al darse cuenta de que la miraba con nerviosa confusión, Inés dio un golpecito casual en el asiento de al lado.

—Ven aquí.

Era la misma voz que utilizaba para llamar a un cachorro. Sin embargo, no era tan fría e insensible como siempre.

Kassel se acercó cuidadosamente a Inés con pasos rígidos y se sentó a su lado, aunque ella estaba ahora ojeando un libro como si se hubiera olvidado de que le había pedido que se sentara a su lado.

En serio, Kassel nunca había sido tratado así; no en los seis años que él recordaba. Sólo Inés, Inés Valeztena de Pérez, podía tratar así a alguien.


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